Ocupamos los márgenes del camino en recuerdo de los cuatro arcos ausentes del puente Mantible, a modo de negativo de las luces que salvaron, ocupando esos vacíos ya inexistentes. Sólo desde la lejanía, la intervención se percibe completa en su significado, cual trampantojo de lo que fue.
Mediante su fragmentación volumétrica, aportamos diferentes visuales y múltiples maneras de comprender el entorno, configurando un itinerario paralelo al camino, rico en percepciones, reflejos y cobijo.
Así como el camino tiene dos caras, dos paisajes, dos vertientes – vasca y riojana -, nuestros arcos son tratados de formas distintas en función de su lado del camino; oro hacia el Ebro, mostrándose al río de forma contundente, en todo su esplendor, y espejo hacia las vides riojanas, jugando con la vegetación y los colores propios de la tierra, provocando ilusiones ópticas.