Madrid
El propietario de este piso de 230 metros cuadrados, situado en el madrileño paseo de la Castellana, tenía clara una cosa cuando emprendió la aventura de reformarlo: la cocina debía ocupar un lugar de excepción. Teniendo esto en mente, decidimos colocarla en el centro del hogar y «convertirla en su corazón, generando la circulación y todos los espacios a su alrededor». Cada una de sus paredes exteriores tiene un acabado distinto dependiendo del uso que se le ha querido dar y de la sensación que se ha buscado originar: «en la entrada, se convierte en espejo para desmaterializarse y generar amplitud. En el salón, presenta una serie de puertas correderas de roble que generan un alzado cambiante según el momento del día. En la circulación de las habitaciones, se transforma en un paramento blanco repleto de armarios. En el aseo, es un frente ciego de madera de roble».
La estructura de metal de la vivienda se dejó desnuda y sus vigas y las distintas orientaciones de los suelos sirven para delimitar las estancias sin perder el concepto abierto. Además, los arquitectos han concebido puertas correderas que pueden plegarse por completo para crear o eliminar fronteras entre las distintas habitaciones. En el comedor, unas lamas de madera orientables permiten conseguir intimidad en la zona de estudio contigua o integrarla visualmente al espacio.
La gama de colores predominante en el proyecto la conforman el blanco, el roble y el gris con algunas discretas pinceladas de azul, dando un look atemporal que se remata con piezas de mobiliario de líneas sencillas (entre las que destacan las de José Antonio Coderch y Charles y Ray Eames) y otras diseñadas a medida por los arquitectos aprovechando los huecos existentes y la altura de los techos
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Fotografía: Imagen Subliminal